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Los grandes momentos de los pequeños eventos

“La aventura de la mirada es profundamente sinestésica, concierne la totalidad del cuerpo.” Marie José Mondzain.

 

Para explorar los estados emocionales de mi entorno directo, trabajé una serie de fotografías sobre mi familia. O como parafraseando a Mondzain, encontré la necesidad de perseguir la búsqueda y de formular de una manera siempre renovada las condiciones espaciales y temporales en las cuales las imágenes despliegan tanto sus promesas de libertad, como sus amenazas alienantes. Mi padre es la figura principal de este acontecimiento. Figura a través de su enfermedad y de lo que provocó en la esfera familiar. Los pequeños eventos se transformaron en grandes momentos. Las imágenes describen así una relación del árbol genealógico, una sucesión de repeticiones, en forma de déjà vu y de herencia.

 

Ellos, los que figuran en esta serie son mis familiares, viven en otro continente y fue el momento de reencontrarme con esos patrones de déjà vu. Aunque me fui a vivir lejos, vuelvo, todo sigue inmerso en ese loop, soy parte de esta familia, pero también soy un observador. Hay una distancia entre yo y ellos frente a la escena, pero interpongo el lente, vuelvo a ellos porque era necesario “estar”. Interpuse mi cámara para sobrellevarlo, tuve que convertir ese encuentro en un hecho concreto y plasmarlo de un modo estético, de lo contrario me hubiera desarraigado como testigo.

Las líneas de la mano actúan como hilo conductor en la emoción compartida por la enfermedad.

 

La muerte a cuestas.

 

El destino teje miles de posibilidades siempre unificadas. Todas las emociones de las personas presentes en estas fotografías, se juntan en un vaivén de sensaciones e imágenes oníricas que tejen un gran telar.

 

Hay una distancia física y emocional entre cada persona de esta serie. Los espacios geográficos dibujan un mapa al igual que las líneas de la mano los unen. Los bosques, los árboles, las vías del tren, las carreteras, son signos.

 

Todo es un momento entre el ir y venir, entre el momento que uno asimila y se da cuenta de su propio existir, sentir.

 

En el viaje hacia la familia se recrea una lectura del pasado, del acontecimiento emocional, se reconstruye o deconstruye el significado de cada uno en este árbol de la vida. Las palabras se vinculan a través de una serie de eventos, entre lo manifestado de los actos y lo invisible de los sentimientos. Los espacios físicos toman posesión y hablan en el lugar de las personas. Cada momento se vuelve una epifanía en devenir, los espacios son el entorno onírico de toda mente buscando entenderse, leerse.

 

El formato de las fotografías se extiende físicamente como unos lapsos de vida, un loop sobre sí mismo. Se repite porque la mente no busca cambiar sus hábitos, busca restablecer lo vivido. En el cruce de cada línea fotográfica se detiene el tiempo, se condensa, en un significado extático. Aparecen cuadros aislados cuando el árbol mismo de la genealogía no muestra más que un surgir de posibilidades. Un déjà vu en la muerte ineluctable que acecha a cada hoja del árbol.

 

En el quehacer de la vida nos encontramos en situaciones recurrentes, banales, cuando surge la evidencia de que pertenecemos a un gran tejido a menudo oculto. Compartimos eventos que unen a cada miembro de la familia en un relato no narrativo, hechos de sensaciones, de percepciones. Damos por hecho que el destino es lo que nos depara el futuro porque perdemos de vista que es la forma que la mente quiere ver como línea de posibilidades y tener patrones en su desarrollo y funcionamiento. ¿La vida, un canto a la entropía y así encarnar al tiempo mismo en el goce de su muerte, que será?

 

Abrir el ojo - finalmente una imagen.

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