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Eden

Los últimos vestigios de una “era dorada”, un jardín del pleistoceno...

 

El reino animal por excelencia, la perfecta simbiosis del mundo vegetal y animal, con una presencia diáfana del hombre, todavía no tan hombre, su mente flotaba sobre su propia condición de animal y él, entre todos, era un observador con un sueño escondido. Solo podía ver y sobrevivir en la gracia, pero también era como grano bajo las muelas de sus hermanos animales.

 

La estepa pedregosa, el erial sediento donde, gracias a la presencia del agua subterránea, florecía aquel milagro de humedad y verdor en medio de un horizonte calvo, afeitado al ras por la navaja del viento. (André Chouraqui)

 

En Dilmun, el cuervo no da su graznido [...] El león no mata. El lobo no se apodera del cordero. [...] Aquel que tiene mal en los ojos no dice: «Tengo mal en los ojos» [...] La vieja no dice: «Soy una vieja»; el viejo no dice: «Soy un viejo». El cantor no suelta ningún lamento, alrededor de la ciudad no pronuncia ninguna endecha. (Tableta Sumeria)

 

En el Edén debemos enfocar la mirada para y reconocer las formas, no hay nombres, no hay palabras, solamente el sonido del aleteo, del viento y de la lluvia. Algún trueno para llevar a las mentes presentes al borde del despertar. El trueno, con el olor, con el sabor y en medio camino de las imágenes.

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